Emilio, el maldito
Emilio creyó que lo que había en el asfalto era un simple charco producto de la tormenta. Vaya sorpresa se llevó cuando, al apretar el acelerador para salpicar a quienes se encontraban en la vereda, el coche se hundió en un enorme pozo tapado por el agua. Rompió los amortiguadores, los frenos y el guardabarros. Bajó del auto y se agarró la cabeza, insultando al aire. Los peatones, que se habían dado cuenta de su primera intención, se rieron a carcajadas. Emilio era así. Una persona a la que le gustaba hacer ciertas maldades. Salpicar a la gente era una insignificancia al lado de otras cosas que había hecho. A veces caminaba en el límite de la ilegalidad. Tenía cuarenta años, era petiso, gordo y pelado. Nunca se había casado. Esa tarde, mientras esperaba la grúa, encendió un cigarrillo y se sentó en el cordón de la vereda. Durante un momento tuvo miedo de que alguien intentara increparlo...