Estás despedido
La tarde que reci bí ese mail se me hace difícil de olvidar. Pasaron tres años, dos meses y siete días. Cuando lo leí no supe si dejarme llevar por la desesperación, o si hacer un esfuerzo para serenarme. Los hijos de puta de los directivos de la empresa me invitaban a una reunión informativa. ¿No hubiese sido más fácil llamarme por teléfono? ¿O decírmelo personalmente al día siguiente en la oficina? Claro que sí. Salvo que lo que quisieran informarme fuera algo demasiado serio. Como despedirme, por ejemplo. Javier: mañana venga directamente a la tarde. Más precisamente a las dos. Lo esperamos en la oficina de recursos humanos. Debemos mantener una charla con usted para informarle sobre ciertas cuestiones. Llamé a mi madre para contarle la situación. “Tranquilo, todo va a estar bien. Y si te llegaran a echar, vas a conseguir algo mejor. No te desesperes”, me dijo, con su eterno positivismo. También me comuniqué con algunos amigos. “¿Cómo que te van a echar?” gritó Walt...